La comarca esperaba por un guiño, un cambio en la economía que pudiera potenciar a dos ciudades que tuvieron su época de gloria gracias al petróleo pero debían adaptarse a nuevos tiempos. Se anunció la creación de una planta fertilizante que ofrecería miles de puestos laborales para su construcción y otros cientos para su funcionamiento, pero esas cifras disminuyeron gradualmente a decenas y unidades cuando los días pasaban y la ejecución parecía cada vez más lejana.
Para colmo de males había esperanzas casi deshechas, YPF ya no pertenecía al Estado Nacional y por la visión de la década “todo lo que era estatal era mala palabra” según consideró el diputado parlamentario Ramón Rioseco. Las fuentes laborales pasaron de ser fijos a trabajos ocasionales o “changas” y más de un exypefiano o familiar apostaba a abrir su kiosco o comprar un vehículo para hacerlo funcionar como taxi y así hacer frente a la crisis.
Resulta lógico pensar que, ante una situación desesperada, la gente tomara medidas extremas, pero ¿cómo fue posible que dos ciudades completas lograran organizarse con un objetivo común? La respuesta es sencilla, las esperanzas estaban perdidas y solo quedaba luchar para no abandonar lo que se construyó en décadas de sudor, aquello que realmente se siente como propio. Tomar la lucha como “la dignidad de Cutral Co y Plaza Huincul” no es errado, una comarca de unos 50 mil habitantes en aquel entonces que poco conocía del ritmo de vida de las grandes metrópolis y se aferraba a lo que garantizaba su crecimiento.
Para los más grandes era defender el territorio que habían elegido para vivir, para los jóvenes era un compromiso tal vez mayor, aquello que les pertenecía y que sería además el legado de sus hijos y las generaciones venideras. Por eso no es extraño que todos los que allí estuvieron recuerden con orgullo y lágrimas la semana helada refugiándose al calor de las fogatas en la ruta. Sin embargo, ¿por qué los que tenemos menos de 30 años solo recordamos algunas facetas de aquella patriada después bautizada como Pueblada? Y por otra parte, ¿Por qué aún hoy, a 20 años, no termina de reconocerse como un hito de la historia local?
Juan Carlos “Patuco” Quiñiñiri que con 20 años acompañó los 7 días de lucha, explicó que por aquel entonces la gente de Cutral Co y Plaza Huincul perdió el miedo a la autoridad y tal vez esa fue la clave. Golpeados por el gobierno de facto, muchos hogares se acostumbraron a vivir bajo el lema “no te metas”, no militar en política, no opinar sobre asuntos sociales y no levantarse contra el sistema, pero como dijimos antes, la sensación era que todo estaba a punto de derrumbarse y la única solución era soportar. Los primeros en llegar a la ruta y cerrar el paso no imaginaban que pasarían los primeros días del invierno allí y que día tras día, hora tras hora, serían muchos más los que llegarían a apoyar, pero ese apoyo fue el que llevó a que las dos ciudades lograran cambiar su destino y además marcar un cambio en las protestas sociales de todo el país.
La única diferencia es que en el caso de la Pueblada fue un pueblo completo el que emergió –de ahí su nombre-. Hoy sus réplicas son de parcialidades que difieren en distintos puntos y llevan a que el pueblo se enfade con el pueblo, ¿quién no protestó alguna vez por no poder salir de la ciudad mientras un grupo de desocupados reclaman por un puesto de trabajo?
La zona de confort, el refugio en las redes sociales y la falta de empatía son los que hacen que algunos se adueñen de las luchas sociales y que otros prefieran no involucrarse. Es por eso que algunos reconocen un error en aquel proceso necesario que torció por completo la idiosincrasia de Cutral Co y Plaza Huincul y prefieren no mencionarlo. Desde el sector que nos toca, consideramos que será imposible o al menos muy difícil que la historia viva un episodio similar.
“Fuimos porque lo decía la radio”
Quien recuerda los orígenes, subraya siempre la función de FM radio Victoria que fue una de las principales voceras del día a día en la ruta 22. Algún memorioso dijo que en esos años la llamaban “gorro de lana” porque “la prendías y te calentaba la cabeza” pero vale reconocer también el trasfondo político en una interna del Movimiento Popular Neuquino que dio el puntapié inicial para el reclamo que tomó dimensiones inesperadas para quienes estaban en el poder.
“La interna que tenían los Blancos y los Amarillos fue tan grande que provocó el corte de ruta y a las 4 horas perdieron control” recuerda Ramón Rioseco y sostiene que “subyacía una crisis tan estructural que todos los que estaban en crisis se sintieran identificados para salir” sin brindar necesariamente su apoyo al partido político.
Sandro Botrón, por aquel entonces un “pibe de barrio” como cualquiera, cuenta
-Estábamos con unos amigos en el centro, en un auto y comentábamos de ese tema que había salido en la radio Victoria que estaba cortada la ruta y que en el aeropuerto no había nadie. Fuimos a cortar porque la gente pedía por la radio y nos encontramos con otras personas que también los escucharon.
Pero el medio no solo disparó la iniciativa, durante esa semana fue uno de los pocos que logró ingresar a los cortes y transmitir el minuto a minuto de lo que se vivía en los 17 piquetes. Miles estaban en la ruta y los caminos, pero otros tantos permanecían atentos en la ciudad y a través de las radios y el noticiero del cable coordinaban la recolección de comida, abrigo, barbijos y otros menesteres para llevar hasta los puntos de protesta.
Un ida y vuelta de promesas
La esperanza de las dos ciudades estaba depositada en la llegada de la planta fertilizante, algo que comenzó a gestarse en la década del ’60 pero que nunca fue viable. La llegada de la fábrica se anunció hasta que fue imposible sostenerla.
A fines de los años 60 Neuquén apuntó a aprovechar el gas natural y lanzó el primer proyecto con la petrolera Bridas para que intentó instalar la planta fertilizante, pero el gobierno democrático 1973/76 dijo que el área petroquímica estaba reservada al Estado. YPF y la provincia encararon otro plan de inmediato, pero recién estuvo listo luego de 1976, y el gobierno militar lo rechazó porque no era privado.
Por aquellos años la firma N-Ren y propuso instalar la planta de 90.000 toneladas año de urea, pero desde el ministerio que comandaba Alfredo Martínez de Hoz respondieron que era muy chica.
La provincia y la petrolera nacional no desistieron y fueron por otro proyecto, pero cuando llegó el gobierno democrático se encontraron con que no había fondos públicos para financiarlo. Raúl Alfonsín formó el Comité de Promoción de Fertilizantes (Coprofer) que terminó licitando aquel proyecto denominado Fertineu (Fertilizantes Neuquinos). Se presentaron varias firmas internacionales pero el temor por romper los convenios vigentes con otros países –como China continental y Francia- dieron marcha atrás al convenio.
Para la llegada de Carlos Menem al gobierno, Perez Companc estaba dispuesta a traer una planta desde Estados Unidos para instalarla en Cutral Co, pero luego aparecieron otros negocios más rentables y la empresa decidió invertir en la compra de áreas petroleras.
Finalmente la firma canadiense Cominco-Agrium negoció con el gobierno provincial de Jorge Sobisch (1991/95) la construcción de una planta de 600.000 toneladas. La provincia estaba dispuesta a ceder el yacimiento gasífero El Mangrullo, pero para la empresa no fue suficiente y pidieron que la provincia pusiera $ 100 millones, de los 400 millones que se debían invertir. Si bien Sobisch dio el ok, el nuevo gobernador, Felipe Sapag, argumentó que la provincia no contaba con el dinero porque su antecesor “dejó la provincia en ruinas”.
A eso se sumó la farsa en cuanto a posibles puestos laborales que luego fue comprobada cuando las negociaciones terminaron por fracasar y la comarca quedó a la deriva.
Piero Di Lena (pierodilena@cutralcoalinstante.com)