Hace unos días el periodista Juan Facundo Díaz contó la historia de Lucas Darío Giménez en el diario La Nación.
Giménez era un pibe que jugaba al fútbol en Pérfora y que recorrió buena parte de la Patagonia hasta que llegó a Buenos Aires y consiguió que su talento se transformara en una forma de vida.
“Es una ciudad bastante particular”, dice Homer sobre Cutral Co, sentado en el living de su búnker de trabajo en el corazón del barrio porteño de Colegiales. “Allá tenés que salir a buscarte lo tuyo y hacerte respetar o te comen los cacos”.
Ese es, además, el espíritu que le imprimió a su música: un hip-hop hostil y callejero, casi gangster, salido de los años 90 neoyorquinos per curtido en la Patagonia inhóspita.