Por Verónica Morell
“Cuando leí en alguna parte que un eclipse de Sol permite ver el Universo en movimiento pensé que era una gran frase. Pero hoy, luego de presenciar ese prodigio, puedo decir que no hay palabras para narrar lo que el Cosmos muestra en dos breves minutos, esos dos eternos minutos inasibles que ahora me pertenecen”.
“Aficionada a mirar nuestro cielo patagónico desde que tengo memoria, me preparé lo mejor que pude para no dejar pasar esta oportunidad única: planificar el viaje buscando el cien por ciento de eclipse total, gafas especiales, información fidedigna, datos del clima… Es que no podía ser un día más para mi: de la mano de mi papá, no recuerdo un día de mi vida en que no haya mirado las estrellas, las nubes, las variaciones de la luz, la Luna. Mirar el cielo es un acto esencial, y desde hace un tiempo, es estar un rato más al lado de mi viejo”.
“Era fundamental conocer el clima, y confieso que me asusté: ¡el pronóstico anunciaba cielos nubosos y vientos fuertes! Que sea lo que tenga que ser, pensé, y partimos en familia a “cazar” el eclipse. Mientras más nos acercábamos a Piedra del Águila viajando por la ruta 237, anticipábamos la emoción: autos, muchos autos parados en la banquina y mucha gente haciéndole el “aguante” al viento, preparados a vivir el gran evento”.
“Entramos a una estancia cercana a la localidad, y llegamos hasta la costa del río Limay, buscando una barrera de árboles, para refugiarnos de las ráfagas. Y el viento fue el que nos aseguró la gloria: no hubo nubes que se resistieran y la vista del eclipse total fue fantástica”.
“No encuentro las palabras exactas para describir el momento… diría que fue irreal, como salir de lo conocido y presenciar un prodigio: una serie de acontecimientos extraños y fascinantes: una noche distinta a las noches que conocemos, esa luz imposible tiñendo el río, las bardas, mi piel”.
“Y dos minutos donde el mundo pareció detenerse. Las golondrinas que nos sobrevolaban desaparecieron entre las ramas, buscando cobijo. Las ovejas que veíamos a lo lejos se tumbaron como para dormir, y un perro salió de algún lugar y se vino a refugiar junto a nosotros.
“No pude más con mi emoción y grité al ver las estrellas que aparecieron de la nada en pleno mediodía, junto a ese viejo Sol conocido que, por primera y quizás única vez, pude mirar de frente, porque una Luna azabache e inmensa, lo escudaba. El nudo en la garganta y esa sensación de pequeñez que sentí ante la inconmensurable obra del Cosmos, es anécdota.