Me daba vergüenza contarlo, lo tapé durante muchos años con trabajo, comida y bloqueo emocional. Pero hoy quiero contarlo, porque necesito seguir mi vida sin esa carga en la mochila.
Esta mañana escuchaba una nota en la radio en la que se hablaba del Día de la Erradicación de la Violencia contra las Mujeres. Y vinieron a mi memoria todas esas imágenes que había querido borrar, que me obligaba a no recordar. Porque me hacen daño.
Me acordé de esa tarde que comenzamos a discutir con mi pareja. Yo estaba embarazada de unos siete meses y medio, ocho. La pelea, ya no me acuerdo de qué era, empezó a subir de tono y él comenzó a golpear la mesa, la silla.
Agarró al gato y lo lanzó contra la pared, el gato gritaba, yo gritaba, estaba enfurecida. Entonces se la agarró conmigo, primero me zamarreó y después me agarró del cuello. Yo sentía que me moría. Llegó mi suegra y lo obligó a dejarme. Pero yo seguía furiosa y le gritaba. “Callate, nena”, me decía mi suegra. Y no podía callarme. Con su madre de por medio, él se fue.
Al otro día, caminando por la calle Roca, pensé en comprar un arma. No por mi, no quería que le pegara a mi hijo.
Unos días después volvió a pasar, la misma secuencia, la pelea, los golpes en los muebles, sus manos asfixiándome. Y dejé el miedo de lado. Fingí que lo entendía, le dije que tenía razón, lo dejé irse a dormir. Le di un beso y le dije que me iba a trabajar. Y me fui a la terminal de ómnibus.
Dios quiso que ahí estuviera mi hermana. Él me había alejado de mi familia, estaba sola. Pero la encontré y me llevó a su casa en Neuquen. Y no volví por varios días. Pero tenía que volver, en Cutral Co tenía mi trabajo. Y volví
Podrían pensar que había aprendido. Pero no, porque hace 20 años no sabía lo que se ahora. Nadie me dijo que hiciera la denuncia, no tuve contención, no me explicaron como es el ciclo de violencia, no sabía nada.
Y volví con él. Me prometió que no iba a pegar más. Y no lo hizo. Pero la violencia psicológica era tan dura como la física. Con mi hija en el vientre tomé coraje y lo enfrenté y ya no volví nunca más.
Él tendrá su versión, que era una puta, que no limpiaba la casa. Lo cierto es que yo tenía algunas herramientas, un título universitario, una familia que me acogió. Pero muchas otras no las tienen y el calvario que duró dos años para mi, ha durado décadas para otras compañeras.
El 3 de junio, en la primera marcha de Ni Una Menos, fue la primera vez que sentí que no era culpa mía. Y que no sentí vergüenza. Ver a mi hijo marchar conmigo me hizo sentir que había hecho las cosas bien. Así ahora, planto una bandera en cualquier lugar donde estoy. Le digo no a la violencia contra las mujeres. No me río de los chistes machistas, no me importa quedar como “mala onda”, como “amargada”. Siempre les creo.
A las mujeres, hoy y todos los días les digo “si te pega, no te quiere”. Y atención que hay muchas otras violencias que nos dan señales antes del golpe, cuando te separa de tus amigas, cuando no quiere que te pongas un vestido, cuando te dice “no salgas a bailar sola” cuando te dice “no servís para nada”
A los varones, ustedes pueden cambiar las cosas. Decile que no a lo que te enseñaron en tu familia, elegí una nueva manera de pensar. Hay un equipo en Plaza Huincul que trabaja en eso, es voluntario, se puede cambiar.
Hoy y siempre “Ni una menos”, dejen de matarnos.