Hace casi tres décadas, con el hallazgo del cuerpo de Omar Carrasco en los terrenos del Grupo de Artillería 161 de Zapala, se profundizó el proceso que el gobierno nacional de aquel entonces ya barajaba y que culminó con el desterramiento del servicio militar obligatorio en Argentina.
Nacía también uno de los hitos en la historia de nuestra ciudad más doloroso, porque le arrancaron a uno de sus jóvenes de la manera más brutal que pueda existir y no sólo eso: su familia tuvo que soportar la angustia de que fuera acusado de desertor y conocer un poco más tarde que tal vez su hijo hubiera sobrevivido con una atención médica adecuada, y que sus restos fueron mancillados hasta que finalmente se decidió que aparecieran, para simular un escape frustrado.
Tras el resonado caso, el servicio militar en Argentina es voluntario. Si hoy en una ronda de chicos y chicas se pusiera el tema en debate, muchos no sabrían qué responder, porque la mayoría de los jóvenes desconocen la figura del soldado cutralquense, a pocos le suena la palabra “colimba” y en general, no saben que hubo un momento en que plegarse a las fuerzas militares era obligatorio.
No hay un solo detalle en toda la historia de Omar Carrasco como soldado, que no quede fuera de lugar, como si hubiese estado signado por la fatalidad. El único hijo varón de Francisco y Sebastiana fue llamado a las filas militares incluso cuando el examen médico dictaminó que no era apto: el índice Pignet -o pinet, como se lo conoce popularmente- concluyó que su altura, peso y capacidad torácica no lo avalaban para la formación militar.
Tampoco lo era su carácter sumiso, su forma mansa de relacionarse con los demás, ni su inclinación religiosa, porque él y su familia eran evangelistas y eso de alguna manera chocaba con el catolicismo sin vueltas que impregna la institución militar en Argentina.
Omar entró a los cuarteles de Zapala el 3 de marzo de 1994 y tan solo tres días después, desapareció para el resto del mundo, menos para el puñado de militares que supo de la paliza que recibió, de su agonía, de su ocultamiento y del manoseo de sus despojos. Los mismos que decidieron que su cuerpo apareciera tirado en el campo, un 6 de abril de 1994.