A primera vista, parece apenas un tanque de agua viejo, al costado de las vías. Está allí, firme pero olvidado, en el Parque Lineal “Carlos Rivadulla” de Plaza Huincul, sobre la Avenida San Martín, donde hoy transita la Ruta Nacional 22. Pero su historia, contada por el guía turístico local Juan Medel como la de tantos elementos del patrimonio ferroviario argentino, es mucho más profunda, y en este caso, fundacional: fue testigo silencioso del nacimiento del petróleo en la Argentina.
Diseñado por la empresa inglesa Ferrocarriles del Sud, este tanque de agua fue construido en la década de 1920. Su estructura metálica aún se mantiene en pie tras más de un siglo, aunque el pozo desde donde extraía el agua es incluso anterior: fue excavado entre 1912 y 1913, durante la construcción del ramal ferroviario hacia Zapala.
Pero el dato que cambia completamente la dimensión de este sitio está enterrado en su pasado. En 1916, un grupo de presos trasladados desde la Cárcel de Neuquén cavó, a pico y pala, un zanjeo ascendente desde este mismo tanque hasta el Pozo Número Uno, donde dos años después se produciría el histórico descubrimiento de petróleo en la región de Vaca Muerta. Aquel primer pozo, en territorio inhóspito y desértico, necesitaba agua para perforar. La “aguada” de Carmen Funes, también conocida como Pasto Verde, no alcanzaba. La solución fue brutal en su ejecución: trabajo forzado, en condiciones extremas, para traer el vital recurso desde la zona del tanque.
Ese canal subterráneo, olvidado hoy, conectó dos hitos: la lógica ferroviaria de principios del siglo XX con el inicio de la matriz energética del país. Irónicamente, mientras el petróleo se convirtió en sinónimo de riqueza, desarrollo y poder político, los protagonistas de ese esfuerzo inicial fueron silenciados por la historia. Algunos de los presos que cavaron la zanja protagonizaron, más tarde ese mismo año, una fuga masiva de la cárcel. Muchos de ellos fueron capturados y fusilados en Sainuco, en un episodio apenas documentado.
Una estructura que sigue cumpliendo funciones
Cien años después, el tanque sigue cumpliendo una tarea modesta: abastece de agua al sistema de riego del Parque Lineal. Está bajo la órbita municipal, pero no cuenta con ningún tipo de restauración, cartelería informativa ni protección patrimonial oficial. Su techo presenta signos visibles de deterioro y la estructura metálica acusa el paso del tiempo. Lo que fue una pieza clave en la infraestructura ferroviaria del país y en el surgimiento de la industria hidrocarburífera no forma parte de ningún circuito histórico ni educativo local.
Tanques similares, construidos con el mismo diseño por Ferrocarriles del Sud, aún se encuentran en Zapala, Senillosa, Plottier, Cerro Bandera, Challacó y Neuquén. En todos los casos, su presencia recuerda una época en la que el tren era el único medio de comunicación y donde contar con agua en la estepa era indispensable, no solo para las locomotoras a vapor, sino para el personal que las operaba.
Memoria, territorio y deuda patrimonial
La historia del tanque de Plaza Huincul es una metáfora perfecta de cómo la memoria se diluye en la materialidad del paisaje. Es una historia de agua y petróleo, de presos olvidados y de una ciudad que nació sin saber que se gestaba un futuro energético. Hoy, el tanque sigue allí, como un relicario sin placa. Su valor histórico no fue aún reconocido por ninguna ordenanza ni incorporado en los proyectos de puesta en valor que impulsa el municipio.
¿No es hora de que ese pasado, literalmente cavado con las manos, reciba el lugar que merece en la memoria colectiva?