Este 4 de junio, el Movimiento Popular Neuquino (MPN) cumple 64 años. Lo hace por segunda vez en su historia fuera del poder provincial, tras una derrota electoral que puso fin a más de seis décadas de hegemonía ininterrumpida en el Ejecutivo neuquino. La efeméride, que tradicionalmente se celebraba con actos oficiales, inauguraciones y discursos en clave de continuidad, se convierte hoy en una instancia de repliegue y revisión puertas adentro.
Fundado en 1961 por los hermanos Elías Sapag y Felipe Sapag, el MPN fue mucho más que un partido político provincial: estructuró un modelo de poder y de gestión que moldeó la identidad neuquina desde sus cimientos. Bajo su conducción, la provincia construyó una autonomía política poco común en el mapa nacional, basada en una matriz de hidrocarburos y una administración centralizada del Estado. Desde la asunción de Felipe Sapag en 1963 —tras una breve interrupción de facto— hasta 2023, ningún otro partido logró arrebatarle el control de la gobernación.
Pero los tiempos cambiaron. El 16 de abril de 2023, Rolando Figueroa —exvicegobernador y exdiputado del MPN— rompió con la estructura partidaria y, al frente de un frente heterogéneo, logró lo que parecía imposible: ganar la gobernación por fuera del partido fundado por los Sapag. No fue sólo una elección, fue una división de aguas. La caída de la hegemonía marcó el fin de una era.
El comunicado que emitió el partido por su 64° aniversario da cuenta de este nuevo clima. Reconoce que el aniversario llega “en un lugar distinto” y habla de la necesidad de una “autocrítica honesta y profunda”. Una admisión inusual en la historia de un partido que siempre evitó mostrar grietas o debilidades. “¿Qué demandas de la sociedad no fueron escuchadas? ¿Cómo se reconstruye la conexión con las nuevas generaciones?”, se pregunta el documento.
Las respuestas aún no son claras. Lo que sí parece evidente es que el MPN enfrenta un doble desafío: sostener su identidad fundacional —basada en el federalismo, la autonomía económica y una fuerte presencia territorial— y a la vez reinventarse como fuerza opositora en una provincia donde el recambio político parece haber llegado para quedarse.
En este contexto, el partido celebra a su militancia de base, con un lenguaje que busca reconectar con sus orígenes. “A los militantes de corazón, aquellos que militan cuando ningún funcionario los ve”, se lee en un tramo del texto. Un guiño a quienes quedaron fuera del esquema de poder y que hoy sostienen lo poco que queda del aparato partidario en los barrios y localidades del interior.
El MPN, que supo ser una máquina electoral aceitada y una estructura territorial casi imbatible, atraviesa hoy una etapa de desconcierto. No está claro quién liderará la reconstrucción ni con qué reglas internas se disputará el futuro. La figura de Jorge Sapag —último gran estratega del partido— se mantiene en las sombras, mientras surgen tensiones entre sectores históricos y referentes que piden renovación.
En su historia, el MPN sorteó proscripciones, dictaduras, crisis económicas y fracturas internas. Hoy, enfrenta una prueba distinta: volver a ser competitivo sin las herramientas del poder. Su legado sigue vivo en la infraestructura, en las instituciones y en la memoria colectiva. Pero el tiempo político no se detiene, y en una provincia joven, con una ciudadanía cada vez más crítica, la pregunta es si el partido podrá reinventarse sin traicionarse.

