Durante la primera entrega de este informe sobre el barrio Belgrano, las protagonistas coincidieron en que una de las alternativas para mejorar el barrio era la apertura mediante la demolición de edificios abandonados. El proyecto se pensó muchas veces pero nunca se llevó a la práctica.
Primero hay que entender por qué se construyeron barrios de estas características, complejos de edificios que prometían micro ciudades y hoy son estructuras deterioradas y abandonadas que albergan al sector más marginado de Cutral Co. En las 450 las ventanas tienen ladrillos, los pasillos tienen rejas y todo tiene una explicación.
A fines del gobierno de facto de la Revolución Argentina, en la década del ’60, se puso en marcha el Plan de Erradicación de Villas de Emergencia (PEVE) en el conurbano bonaerense. El programa barajó distintos proyectos arquitectónicos que llevaron a la construcción de conjuntos urbanos como Ciudad Evita de La Matanza o Ejército de los Andes, mejor conocido como Fuerte Apache.
El modelo habitacional proponía una urbanización eficaz, aprovechando los espacios para la reducción de costos en infraestructura y, a la vez, desviando o agrupando en una ciudadela a los habitantes de las villas porteñas. Todo esto enmarcado en el mundial de Fútbol de Argentina 1978, donde el gobierno militar logró erradicar las villas de las zonas cercanas a los estadios de fútbol y zonas turísticas.
El crecimiento demográfico fue explosivo y con el pasar de los años la situación fue cada vez más difícil de controlar en materia de seguridad. Al punto de que hoy, muchos de los complejos de Monoblocks de Buenos Aires son custodiados por gendarmería nacional.
Sin embargo, esta no fue una situación única de Buenos Aires. Los modelos habitacionales se replicaron en todo el país entre las décadas del ’70 y ’80 y, como si el destino estuviera signado, en casi la totalidad de los casos la historia se repite, siendo barrios marginales y vinculados a la delincuencia.
Según el parlamentario Ramón Rioseco, “construir viviendas hacia arriba es un buen instrumento porque se abaratan los costos de servicio en infraestructura”, pero “culturalmente no funciona en la Patagonia porque a cada uno le gusta vivir en su casa y en su patio”.
“En Buenos Aires funciona perfectamente y no hay otra manera de hacer las cosas que no sea por medio de edificios, está muy aceitado el tema del consorcio y de las responsabilidades colectivas, pero acá es imposible. No hay buenas experiencias ni en las 450 ni en las 500”.
El parlamentario insiste en que retirar los edificios abandonados sería un principio de solución para mejorar la calidad de vida, por lo que el Ejecutivo pretende es “integrar al barrio en un modelo de infraestructura de la ciudad” con el asfaltado de los playones de ingreso. “Está previsto pavimentar los cuatro accesos al barrio en los próximos meses. Son unas 10 cuadras que dará un 100% de pavimentación” adelantó
¿Por qué no derribaron los edificios abandonados?
Sobraron proyectos, pero faltaron ejecuciones. En 2014 Cutral Co propuso un plan de urbanización que consistía en la implosión de dos edificios y la creación de una plaza dentro del barrio, pero una traba fue el dinero –que por aquel entonces ya requería de una suma millonaria- y el otro la autorización.
Rioseco sostuvo que demoler los monoblocks “es perfectamente viable” pero se necesita que el Instituto Provincial de la Vivienda lo avale. “Son ‘espacios comunes’, una especie de consorcios con titularidades y propiedades por más de que estén destruidos” contó. Es decir que, por más que estén deshabitados, siguen perteneciendo a sus antiguos titulares y ellos están en condiciones de reclamar por la destrucción de su hogar, si lo consideran necesario.
“No es tan sencillo demoler porque ahí vivía gente que tiene derechos, por más de que se hayan ido. Si hay problemas pueden reclamar que se demolió su casa y por eso es muy complejo jurídicamente”- Ramón Rioseco
Ahora bien, ¿por qué el barrio luce este esqueleto de edificio desde hace más de 20 años? Según los datos recabados, las familias que lo ocupaban huyeron por diferentes motivos a un asentamiento que se hizo al sudoeste, en la zona del Matadero Municipal. Para completar con las partes que faltaban de las casas, retiraron las aberturas e incluso rompieron las paredes para reutilizar los cerámicos. El paso del tiempo se encargó del resto y llevó a convertirlo, años después, en uno de los famosos “aguantaderos” de las 450.
Los “Nidos de ratas”
Aunque parezca una broma, es el nombre que le dieron en el barrio. El antiguo bloque C9 reunía todas las condiciones para convertirse en aguantadero y no pasó mucho tiempo para consolidarse como tal. Allí se reunían personas del ambiente delictivo a consumir drogas, guardar armas y elementos robados que después eran vendidos o empeñados, todos los que llevaban una vida delictiva tenían allí su “covacha”.
Pero a medida que la situación del barrio empeoró, la gente comenzó a vender, regalar e incluso abandonar sus casas y otros tantos departamentos quedaron vacíos y corrieron con la misma suerte. Otro caso similar es el del bloque C7, que solo tiene a unas pocas familias en la planta baja, mientras que entre el segundo y tercer piso quedaron a la deriva. En los últimos años se registraron incendios y múltiples daños, pero también se realizaron allanamientos donde hallaron televisores y motos, entre otros elementos.
“El C9 era un lugar de ‘malandrerío’ con muchos focos infecciosos y mugre. Lo mismo pasa ahora con el C7. Subís y encontrás cosas robadas que se acobachan” contó Blanca Gutiérrez, presidenta del barrio.
La vecinalista de igual manera sostiene “por suerte la situación entre grupitos terminó hace un tiempo” y con eso los ánimos se calmaron. Pero hay un nuevo enfrentamiento que fue creciendo en las últimas semanas y que preocupa a la policía y a los vecinos.
La guerrilla entre banditas o grupos antagónicos fue una constante en el barrio desde los orígenes y los últimos referentes fueron los apodados Paisanos y los Giles, “cada vez que se cruzaban era para problemas, la gente quedaba en medio y tenía que correr para esquivar las balas. Por suerte eso cambió” y de la mano fue posible limpiar y recuperar parte de los espacios de estos viejos aguantaderos, aunque siguen siendo utilizados por las personas que están en el ambiente delictivo.
Blanca reconoció que “ahora tenemos muchos problemas con los chicos drogados, se está vendiendo mucha droga en el barrio pero son fármacos. Cuando limpiamos el barrio encontramos tabletas de pastillas y goteros que parece que es lo que más se consume”.
La baja esperanza de vida
“Hay muchos chicos chiquitos que siguen a los más grandes, ya pasó y sigue pasando. Eso es lo que tratamos de evitar, esos nenes a la deriva son los que ahora rompen las cosas y los futuros malandras que va a tener el barrio” dijo Blanca con dolor.
Porque inevitablemente, hablar del barrio Belgrano es tocar la delincuencia y el consumo de drogas, como si el resto de los temas quedaran en un segundo o tercer plano. En el último informe hablamos sobre la baja esperanza de vida de los jóvenes marginados y ahora la presidenta del barrio lo reafirma. “Lamentablemente con muchos chicos pasa, o los matan o llega la edad que van a la cárcel, porque los padres no le dan futuro” y el Estado tampoco.
Entre 2013 y 2015 llegó al barrio el programa Cambio de Actitud del que solo quedó el recuerdo. Fue un plan de contención desarrollado por profesores de educación física y disciplinas deportivas, junto a profesionales de la salud y el municipio local. Duró poco más de dos años y dio buenos resultados, pero cuando los intereses personales pesaron más que la voluntad de ayudar, todo se desintegró.
“Trabajamos muchísimo y los chicos respondían muy bien, mejor que ahora, porque había muchos profesionales que trabajaban con ellos y les daban ganas de vivir” subrayó Blanca, que hoy sostiene a pulmón un programa de limpieza donde participan 16 jóvenes del barrio, que en los fines de semana se dedican a representar al Belgrano en torneos de fútbol amateur y femenino.
Sin embargo el desafío es cada vez más exigente. Los chicos más pequeños toman ramas del piso o cualquier objeto que simule ser un arma y corren entre los pasillos del barrio jugando a dispararse. Algunos más grandes, pero que todavía no terminan su infancia, se paran en las esquinas con los adolescentes y pibes más grandes a probar sus primeros porros, a tocar las primeras armas y a conocer la salida más fácil que la vida les propone.
“A los 11 o 12 años ya hay chicos que ‘chapean’ con que son de las 450, como imponiendo respeto por el lugar de donde vienen, pero también, como si les faltara otro motivo para enorgullecerse de sí mismos” dijo una maestra que trabaja en el barrio.
Y nuevamente caemos en el paradigma de qué puede ofrecer un barrio abandonado a un pibe de la calle. “Hemos tenido chicos que eran grandes jugadores de fútbol y tenían muchas posibilidades de andar bien, pero muchos no quieren salir, no quieren rehabilitarse y volver a la vida” remarcó Blanca que se lamentó “no hay nada para hacer acá, si por lo menos hubiera un plan de contención, como estaba antes el cambio de actitud donde mandaran gente capacitada o una mano de obra para ellos, sería fantástico”.